lunes, 6 de mayo de 2024

Bienvenido al S. XXI

 Voy a comenzar esta entrada citando su título: "Bienvenido al S. XX, Javi". Es la frase con la que me despedía Iván en la puerta de su taller después de observar (y elogiar) mi nueva moto. En entradas anteriores (La moto del S. XXI), en una de ellas, hablaba de las neo-retro como alternativa válida para quienes tenemos un concepto clásico de la motocicleta, al menos en la estética, y una de ellas era la Z900RS, un modelo de Kawasaki tributo a la legendaria Z de los 70, una moto que hizo época.

 La ví en directo en la feria de la moto (Dos Rodes) Hace más de cuatro años, pude montarla y me pareció un prodigio de equilibrio y ligereza (-esta es mi moto-, pensé en silencio) pero las circunstancias de la vida me obligaban a seguir disfrutando de mi Drag Star y posponer un posible compra. 

 Tuve esa sensación que tienes cuando te subes a una motocicleta y sientes que todo, asiento, estriberas, manillar, pesos, manejabilidad en parado, mandos, etc, está en su sitio, que no cambiarías nada, todo OK, todo perfecto. 
       2019 En la Feria de Muestras de Valencia       
  Nunca olvidaré que mi Yamaha 1100 Drag Star ha sido la moto de mi vida, la de los viajes mensuales en compañía de mi chica, sin importar dónde fuera, Santiago, Fisterra, Llunática, Alhama, Ronda, Portugal (Faro), Madrid, Gredos, Ibiza, Pirineos...; conocer docenas de moter@s con algun@s de l@s cuales seguimos conservando amistad y contacto, descubrir los lugares más increíbles a los que llegar o los que vas descubriendo mientras los atraviesas subido a tu motocicleta. En resumen, una etapa de mi vida en la que nuestra Drag fue el vínculo y la escusa para, casi, un modo de vida, irrepetible y maravilloso, una forma de seguir la afición motera que siempre había soñado, y que por fin puedo sentir que ya está en el archivo de mi vida.  Aquella etapa se fue apagando poco a poco, colgué el chaleco en el armario, retomé las antiguas amistades de mi entorno, y viví mi afición de una manera más tranquila, sin grandes viajes, con rutas de sábado, domingo o fin de semana, sin el ansia de devorar kilómetros y con la idea de degustar de forma más tranquila las maravillosas carreteras de montaña que la suerte  me ha regalado.

 Llegó la jubilación, y con más tiempo a mi disposición, las salidas, más cortas o largas, aumentaron en frecuencia y duración, y con ellas, la sensación de que mi Drag empezaba a acusar los kilómetros. Seguía comportándose bien, estaba bien cuidada y atendida, pero había que llevarla ya con una marcha menos, o dos, cuando la carretera se pone "juguetona", y ahí se manifestaba que era más una moto para viajes con comodidad, en compañía, que para salir a almorzar o comer y divertirse en un día o una matinal. Y claro, volvió a aparecer en mi cabeza aquella Z900RS del salón Dos Rodes. Se juntaban dos situaciones: la primera encontrar una motocicleta más ligera, pequeña, manejable y económica, la Drag era una moto grande, larga, y con tecnología del S.XX (carburadores, bicilíndrico en V y casi sin electrónica); y la segunda el temor a que "se me pase el arroz" sin saber lo que son más de 100 cv y cuatro cilindros, y por supuesto todo lo demás: ABS, controles de tracción, frenos radiales, embrague anti-rebote, y todo aquello que proporciona hoy en día la electrónica que domina en todos los vehículos, y que puede parecer superflua o innecesaria para l@s más puristas pero que te parece excelente el día que las circunstancias te hacen echar mano de ella y te salvan de una situación complicada, ese día, con un coche invadiendo de frente tu carril o notando la gravilla en tu rueda trasera bendices el siglo XXI y su electrónica avanzada, ese día cambias de siglo de forma real, mejor seguridad que clasicismo.

 Una mañana de julio, jueves, cogí el tren a Zaragoza y con mi casco y la bolsa de depósito me fui a por la Z a Zaragoza, previamente Charly la había visto y oído y había dado el OK, comí un bocadillo en la estación de Delicias, nos encontramos, tomamos un café, hicimos el papeleo y me acompañó un rato en la salida, dirección Valencia. El viaje fue espectacular, se me hizo cortísimo y enormemente divertido y sorprendente, era mucho mejor de lo que había imaginado, me sentía enormemente alto y dominando la carretera, también aquella verde (como no) Kawa tenía un asiento tres centímetros y medio más elevado que el que probé y el inconveniente se notaba, pero la sensación de dominio, potencia y empuje era abrumadora. Paré en la Cepsa de la Puebla de Valverde a repostar, había recorrido unos 200 kilómetros y quedaban algo más de 60 hasta casa ... sorprendente, consulté torpemente la pantalla LCD, tenía autonomía más que de sobra para llegar, me marcaba un consumo medio en ese recorrido de 5.1 litros a los 100 km. ¡Viva la inyección electrónica! ¡Adiós carburadores! Ésto si que no lo esperaba. A las 8 llegaba a casa. 

El día que se la llevaron, una magnífica moto
 
Al día siguiente no pude reprimirme, subí a casa de Arturo, es con quien más ruedo en la actualidad, tenemos un largo camino y muchas motos desde que siendo adolescentes rodábamos juntos con su Vespa y mi Ossa, había pensado aparecer el domingo para la ruta y almuerzo, y sorprenderle, pero no pude esperar. Dos día después ya rodábamos por los Serranos y la sierra de Javalambre.

 

 No entraré en más detalles, hoy sólo quiero hablar sobre mi adiós al cústom y mi entrada en el S.XXI, no hablaré de momento sobre cómo va la Z, llevo más de 7.000 km y siento que apenas estoy aprendiendo a conducir  de nuevo, el salto ha sido enorme. Una vez más en mi vida, toca aprender, con la Virago aprendí, con la Drag perfeccioné, ... y ahora otra vez a partir de cero. Aprendiendo estoy en mi elemento, y siempre hay que tener ilusión renovada, objetivos y sentirse vivo.


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